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lunes, 2 de junio de 2008

La Soledad vista por un cofrade del Amor

Es la procesión que pone broche de oro a la Semana Santa de Almería la noche del Viernes Santo. A esas alturas, los cuerpos cofrades ya están al borde de la extenuación; pero todos sacamos fuerzas de flaqueza para acompañar en su procesionar por el casco antiguo de nuestra ciudad a Nuestra Señora de los Dolores en su Soledad. El actual horario de salida, bastante más temprano que hace unos años, facilita el poder ver la que yo llamaría “la procesión de las saetas”.


Yo quisiera ser saetero
para hacerte una saeta
y en ella mandarte entero
mi corazón de poeta.


Y es que, si algo caracteriza al desfile procesional de la Soledad es la gran cantidad de saetas que le cantan, desde el mismo momento de su salida del templo de Santiago, a las ocho y cuarto, hasta la hora de su encierro, no antes de la una de la madrugada. A pesar de que están en la mente de todos, no citaré nombre alguno, para evitar olvidos. Dos momentos son especialmente emotivos: la salida de la iglesia por la puerta de la calle de las Tiendas. Digo mal: incluso antes de salir, con la Soledad todavía en el interior del Templo, la desgarrada voz de María José Pérez se deja oír para acompañar a la Virgen en su dolor.

El aire mece en sus brazos
una saeta angustiada,
que se rompe en un sollozo
cuando te ve desolada.

Ya en la calle, Manuel Fernández Gil, a duras penas hace avanzar a su cuadrilla, puesto que empalman las saetas, una con otra, distintos cantaores y cantaoras almerienses. Una hora tarda la Virgen en realizar un recorrido de apenas diez metros hasta la primera revirá hacia la calle Hernán Cortes. A partir de ahí podemos hablar de la “procesión de las plazas”.

Molde de la estrecha vía, dos hileras luminosas,
prisionera de las rosas, viene la Virgen María.
De plata y de predería lleva las andas repletas
y a su paso las saetas, para su lujo y derroche,
se van clavando en la noche, constelada de saetas.


Visita la Virgen siete bellísimas plazas del casco antiguo, a las que la mayoría de almerienses tan solo se acercan en Semana Santa. A saber: Plaza del Monte (¡aquel entrañable Monte de Piedad!), Plaza de la Administración Vieja (“la de Radio Juventud” para muchos almerienses), Plaza Jesús de Medinaceli (¡qué acierto haberla recuperado para Almería!), Plaza Bendicho (mi recuerdo siempre en ella para mi tío, el impresor Pepe Bretones), Plaza Masnou (la marcha habitual deja paso a un respetuoso silencio al paso de la Virgen), Plaza Virgen del Mar (la Patrona de Almería acompaña desde su camerino en su dolor a la Soledad) y Plaza de San Pedro (su Hijo muerto se ha quedado en el interior de la iglesia que da nombre a la plaza).

Sola se marchó María,
toda temblando de ausencias,
mientras el prisma macizo
de sus dolores le asesta
siete puñaladas hondas
en su corazón de estrella.


La Soledad avanza en silencio por las calles del casco antiguo de Almería. ¡Qué pena que los distintos consistorios y los almerienses en general solo se acuerden de él los días de Semana Santa! Entre fachadas de piedra pulcramente restauradas y otras sumidas en el abandono, la Soledad ha de detener su Vía Crucis particular a los desgarrados sones de anónimos saeteros, que quieren permanecer semiocultos en un recoveco cualquiera de la calle Juez o Arráez o Valente o Real. Cualquier rincón es bueno para acompañar a la Virgen.

Llora el viento estremecido
por entre las calles y plazas.
Se callan los pajarillos,
en las fuentes llora el agua
y todo llora contigo,
Señora, cuando Tú pasas.


José Luis Laynez Bretones
Cofrade del Cristo del Amor

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